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Moderno cómic sobre científicos locos ("Un momento, ¿Cómo sé que es realmente el cerebro de Hitler?") |
Científico loco o profesor chiflado ?
Hollywod es como un espejo de nuestra sociedad o al menos de parte de
ella. Y al igual que ocurre con algunos espejos, nos devuelve imágenes
distorsionadas de la realidad. Cuando se les agota un tema, los productores
de "la industria" lo convierten en parodias o dibujos animados. En "El
profesor chiflado" Jerry Lewis hizo la más conocida parodia moderna
del científico loco y despistado, con un guión directamente
extraído de la historia del Dr. Jekyll y Mr. Hide. También
hemos visto muchos dibujos animados sobre el tema.
¿Y que hay de los científicos locos ?, siempre tan malos
y a punto de conquistar el mundo ellos solitos o como mucho con la ayuda
de algún asistente meramente instrumental. Estos son ya un verdadero
clásico.
Estos estereotipos están tan deformados que se han quedado simplemente
en mero entretenimiento. Pero hay otros estereotipos en torno a la ciencia
y los científicos con implicaciones mucho más sutiles.
Viejos clásicos
El Dr. Victor Frankenstein ha sido el perfecto ejemplo de científico
loco desde que fue creado por la pluma de Mary Wollstonecraft Shelley en
1818. Su atrevimiento al intentar conquistar la chispa de la vida (el
soplo vital, no la coca-cola) le costo el castigo del destino en
manos de su propia creación viviente.
Y el no fue el único. El Dr. Jekyll también sufrió
la venganza de la Naturaleza; en este caso fue sobre su propia persona,
en forma del hoy bien conocido trastorno de doble personalidad inducido
por pócimas.
Estos dos personajes tienen mucho en común. Ambos eran en un principio científicos laboriosos llenos de buenas intenciones, ambos trabajaban en proyectos filantrópicos aunque aislados del resto del mundo y, por supuesto, ambos se vieron desbordados por los resultados de su trabajo.
La moraleja de estas historias es evidente. Nos previene de los posibles
funestos resultados cuando tratamos de superar a nuestra Madre Naturaleza
y osamos descubrir sus más preciados secretos. Como una buena madre
victoriana, la Naturaleza nos castigará.
Clásicos más viejos todavía
Cuando se trata de inventar castigos para los humanos, los humanos podemos presumir de una muy larga tradición. De hecho podemos encontrar diversas e interesantes historias en este sentido en "los clásicos" (los antiguos griegos por ejemplo) antes incluso de que se inventara la ciencia tal y como la entendemos hoy en día. Eran los tiempos en los que los dioses gobernaban el mundo y eran dueños de los destinos de los mortales.
Prometeo no era un dios, sólo un titán. Y era también
al parecer demasiado amigo de la clase humana. En los viejos tiempos de
la creación se dedicó a favorecer a nuestra especie frente
al resto de los seres vivos regalándonos la posición erguida
y, como es bien conocido, robando el fuego de los dioses para nosotros.
No es de extrañar que Zeus se enfadara. Y ¡cómo se
enfado!. Quiza ya sabes el terrible castigo que le impuso a Prometeo para
el resto de los tiempos (atado con cadenas, soportaría el ataque
de un águila que le devoraría las entrañas una y otra
vez, sin poder morir, el pobre). Supongo que así habría seguido
en nuestros días de no haber sido por la intervención de
Hércules que finalmente consiguió matar al persistente animal.
Por cierto, la historia de Frankenstein estuvo inspirada precisamente en
la de Prometeo. No en vano el título completo de la novela de Mary
Shelley era "Frankenstein or the Modern Prometheus”. Como ves algunas ideas
se nos quedan bien fijadas en la "memoria" colectiva de nuestras bibliotecas.
Sabiduría, poder y castigo
Dejemos descansar en paz a Prometeo y veamos lo que podemos recordar
de otro cuento clásico. Se trata de la historia de un atrevido jovencito
llamado Icaro. Quizá hayas oído hablar de él y de
sus míticas alas.
Icaro era hijo de Dédalo, una figura mitológica de la
antigua Grecia; gran arquitecto, escultor e inventor. Es una larga historia
(puedes leer más acerca de ella en la página...
“El vuelo de Dédalo”), pero el caso es que Dédalo e Icaro
eran prisioneros del Rey Minos de Creta. Para escapar de la isla, Dédalo
diseñó unas alas a base de plumas de ave y cera para él
y para su hijo. Junto con las alas liberadoras, Icaro recibió estrictas
instrucciones de su padre: No debía nunca volar demasiado alto con
ellas ya que el sol podría derretir la cera. La tecnología
estaba lista y los peligros inherentes también.
Y claro, como las personas somos como somos y hacemos lo que hacemos...
pues paso lo que tenía que pasar. Nuestro atrevido Icaro se dejó
llevar por los placeres del vuelo (un placer del que muchos de nosotros
disfrutamos a menudo en nuestros días). Desafió las advertencias,
ascendió demasiado y perdió la vida al caer sobre el mar.
Al igual que Prometeo, Icaro se aventuró en el reino prohibido
del conocimiento. Un conocimiento que le proporcionó poder, cuya
pérdida de control fue la causa de su castigo final.
¿Se ha terminado?
Hemos visto lo viejas que son las historias de humildes mortales que
juegan a dioses y son castigados. Pero es que son historias muy viejas....
Hoy en día vivimos en la época de la razón. Hace mucho
tiempo que los dioses renunciaron a controlar el destino de los hombres,
que ahora está en nuestras propias manos. Por tanto cabe esperar
una actitud social diferente frente a la búsqueda del conocimiento.
¿No?.
Lo cierto es que la búsqueda del conocimiento implica aventurarse
hacia lo desconocido. Y lo desconocido siempre ha despertado grandes temores
en nuestros cerebros de super-simios.
De vez en cuando, cuando vayamos al cine o miremos la televisión, nos recordarán las terribles consecuencias que nos esperan detrás de la esquina del próximo descubrimiento científico. Nos horrorizaremos ante el patético monstruo "mitad-científico-mitad-insecto" de la película "La Mosca" y nos uniremos a la masa de escépticos frente a la ciencia después de haber presenciado los desastres del "Mundo Perdido"en el "Parque Jurásico".
Siempre hemos tenido y siempre tendremos este tipo de historias porque, como te decía al principio, los científicos locos nunca mueren.
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