Antonio Heredia Bayona, Dep. de Bioquímica
y Biología Molecular, Universidad de Málaga.
Pedro Gómez Romero, Instituto de Ciencia
de Materiales de Barcelona (CSIC)
Artículo publicado en "El País". 8
mayo 2002. Futuro. Pág. 40."Carta abierta por un compromiso"
Como científicos nos cuesta reconocerlo, pero la ciencia nunca ha estado abierta al público. Que el avance científico se haya gestado a menudo de espaldas a las modas imperantes y con independencia frente a las instituciones gobernantes ha resultado positivo, visto con perspectiva de siglos. Que el desarrollo tecnológico se haya podido desentender en algunas ocasiones de las demandas de los poderosos y los mercaderes, tampoco ha sido malo. Pero que la comunicación de los avances científicos y los desarrollos tecnológicos se haya limitado a un diálogo inter pares ya va siendo más cuestionable. La comunicación científica especializada es necesaria e insustituible para el desarrollo de la ciencia, pero en los tiempos que corren se está quedando insuficiente. Nuestras vidas como individuos nunca han estado tan vertiginosamente ligadas al desarrollo de las tecnologías que alimentan nuestro crecimiento colectivo. En nuestra sociedad industrializada es difícil encontrar algún aspecto de la vida cotidiana que no se vea influenciado por tecnologías enraizadas en la ciencia desarrollada durante los últimos 100 años. Y esa influencia, que seguirá creciendo, abarca desde detalles minúsculos de nuestra vida privada hasta fenómenos de escala global.
Los ciudadanos de hoy y del futuro tendrán por tanto que tomar conciencia del poder (y también de las limitaciones) de la ciencia, ser conscientes de las caras y las cruces de una sociedad tecnológicamente avanzada. De ahí la necesidad de desarrollar vías para la comunicación social de la ciencia, una actividad felizmente desarrollada por un número creciente de periodistas a la que los científicos no deberíamos ser ajenos.
Esta emergente relación entre ciencia y sociedad hace necesaria la definición de un nuevo ethos, de un modo o forma de vida, de acción y participación del científico que consideramos que podrían sustentarse en los siguientes puntos:
Podríamos formularnos algunas preguntas adicionales:¿Son
válidos todos los científicos para llevar a cabo esta tarea?
Probablemente no, como tampoco todos pueden ser óptimos gestores
de la interfase entre ciencia y empresa. Pero aunque no podamos esperar
una labor divulgativa óptima de todos los científicos que
en el mundo han sido, sí podemos mejorar la situación en
dos frentes: en primer lugar el de la interacción entre científicos
y profesionales de la información y la comunicación; y en
segundo lugar en el de la formación y potenciación de científicos
generalistas, porque como dice textualmente Ortega, siempre actual, "...hay
que criar y depurar un tipo de talentos específicamente sintetizadores
que lleven a cabo el trabajo, también científico,
de concentración y simplificación del saber ". Científicos
así, los hay. Los grandes medios de comunicación tienen el
reto de buscarlos.
La ciencia es poder. Según los sociólogos de la
ciencia actuales, la ciencia moderna está mayoritariamente aliada
con el poder. Probablemente siempre lo ha estado. San Alberto Magno, el
patrón de las ciencias en nuestras facultades, ya advertía
al alquimista de no depender de los príncipes y poderosos. La situación
apenas ha cambiado hoy día. Nos podemos preguntar: ¿Quién
marca las líneas prioritarias de investigación? ¿A
qué intereses sirven?, ¿Se evalúan los riesgos de
ciertas investigaciones de igual modo que se evalúan sus objetivos
científicos? ¿Quién tiene la responsabilidad y la
última palabra? Demasiadas preguntas quizás, pero son
precisamente esas preguntas las que nos han de conducir decididamente hacia
una nueva ética, esa peculiar poiesis o creatividad que tiene
como meta crear la bondad, que contemple los denominados derechos humanos
de tercera generación que implican no los derechos de los individuos
(primera generación), ni los derechos de las sociedades intermedias
(segunda generación) sino que tienen que ver con los individuos
que vivimos aquí y ahora y los que vivirán después
de nosotros: nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
Para terminar, una última reflexión. Si hay algo que distingue al científico en todo el complejo problema que estamos enunciando es que el científico aprende a lo largo de su vida a mirar el futuro; el científico utiliza el poder de los tiempos verbales futuros; como parte de su trabajo, el científico pronostica, predice. Quizás valga la pena tenerle en cuenta cuando está en juego el futuro.
Obviamente nos gustaría que estas breves reflexiones pudieran
contribuir a normalizar una relación entre ciencia y sociedad que
en nuestro país ha sido tradicionalmente deficitaria. Y como primer
paso esta declaración de intenciones quiere servir de punto de partida
para poner en contacto a una nueva generación de científicos
activamente conscientes del necesario compromiso del científico
con la sociedad. Desde aquí invitamos a quienes se sientan identificados
con ese nuevo ethos a unirse a nosotros en esta tarea. Es una tarea
tan dura y difícil cómo la que tienen, dentro de este complejo
mundo, los profesionales de la información y los políticos
de buena fe. Para animarnos a encontrar el camino adecuado podemos recordar
las palabras finales de Spinoza en su Ética: Todo lo que
es hermoso es tan difícil como raro.